La tormenta palpitaba sobre el pueblo hacía una hora, como un corazón malo, descargando agua y piedra entre la desesperadora insistencia del relámpago y del trueno.
En algunos instantes, después de prolongados sufrimientos, lo que más anhelaba, aunque le habría dado vergüenza confesarlo, era que alguien le tuviese lástima como se le tiene lástima a un niño enfermo.