Se demoraba una semana el correo para llegar desde donde vivíamos y, cuando llegaba el correo, yo olía el perfume, que era la clave de ella, el perfume.
La pobre señora Otis estaba tumbada sobre un sofá de la biblioteca, casi loca de espanto y de ansiedad, y la vieja ama de llaves le humedecía la frente con agua de colonia.