Ni siquiera volví la mirada mientras descendía trotando por las escaleras: a pesar de su fortaleza, sabía que ella estaba a punto de echarse a llorar y no era momento para sentimentalismos.
Luego Marilla bajó la escalera con paso majestuoso pensando orgullosamente cuan dulce parecía Ana, envuelta en ese rayo de luna y lamentando no poder ir al festival a escuchar a su niña.
Pero, al cabo de algunas horas, el reloj del Palacio empezó a sonar y Cenicienta se despidió del príncipe, cruzó el salón, bajó la escalinata y entró en el carruaje en dirección a su casa.
Lo había visto todo desde el piso alto y bajaba las escaleras abotonándose la camisa, hinchado y cárdeno, y todavía con las patillas alborotadas por un mal sueño de la siesta. El médico intentó sobreponerse al bochorno.
Cuando ella vio a los tres osos molestos, se puso muy asustada. Ella saltó de la cama, bajó corriendo las escaleras, corrió por la puerta y no paró de correr hasta que ella llegó a su propia casa.