Don Federico era el relojero del barrio, cliente ocasional de la librería y probablemente el hombre más educado y cortés de todo el hemisferio occidental.
Aquí hay cuatro millones de personas —dije yo con tono escolástico—, comprimidas en una isla, que es una especie de jamón rodeado por el agua de Wall Street.
Así, cuando tuvo ocasión de entrevistarse con su instructor espiritual, dijo: -Estoy confundido. ¿Acaso no existen demasiadas religiones, demasiadas sendas místicas, demasiadas doctrinas si la verdad es una?
Averroes, que había comentado la República, pudo haber dicho que la madre del Libro es algo así como su modelo platónico, pero notó que la teología era un tema del todo inaccesible a Abulcásim.