Juntos escuchábamos a la banda de música del quiosco del parque del Oeste y remábamos en las barcas del Retiro en las mañanas de domingo que hacía sol.
Un soleado domingo, en Chicago, varios antiguos compañeros de clase que habían sido buenos amigos en la escuela se citaron para almorzar después de haber asistido la noche anterior a la reunión de su escuela superior.
Cambiaron con el hijo mayor, que ya esperaba a su quinto retoño y apenas podía moverse en aquellas tres habitaciones; en cambio, para los padres les sobraba, y era tan soleado el pisito nuevo, tan alegre.
––El mal estado de su salud no le ha permitido, desafortunadamente, ir a la capital, y por ello, como le dije un día a lady Catherine, ha privado a la corte británica de su ornato más radiante.
Volvió a visitar varias veces a Prudencia Pitre, como se lo había prometido, para demostrarle que la amaba a pesar de los estragos de la edad, a pleno sol y con las puertas abiertas, y no sólo en sus noches de desamparo.