No bien acababan de pasar frente al balcón de Prudencia Pitre, poco después del medio día, cuando se desplomó el diluvio, y el cortejo se dispersó en estampida.
También ella había estado en la ventana desde las once, como casi toda la ciudad, contemplando el paso del cortejo más concurrido y suntuoso que se había visto desde la muerte del arzobispo De Luna.