Lo tendieron en su cama, echando abajo el colchón, dejando las puras tablas donde acomodaron el cuerpo ya desprendido de las tiras con que habían venido tirando de él.
Una vez acabada, se deslizaba el moái por la ladera mediante un sistema de maderas y cuerdas, para después depositarlo en un hoyo que le permitiera mantenerse en pie.
Conoció el gusto de las guascas ensebadas, de los zapatones untados de grasa, del hollín pegoteado de una olla, y —alguna vez— de la miel recogida y guardada en un trozo de tacuara.
Normalmente, y sobre todo en época de creciente, derivan vigas escapadas de los obrajes, bien que se desprendan de una jangada en formación, bien que un peón bromista corte de un machetazo la soga que las retiene.