Ahora, solo en aquel misterioso vuelo, Luo Ji ansiaba su compañía, tratar de adivinar juntos qué le esperaba al final de aquel viaje; pero ella no apareció.
Embestimos en la arena, salimos a tierra, besamos el suelo, y con lágrimas de muy alegrísimo contento dimos todos gracias a Dios Señor Nuestro, por el bien tan incomparable que nos había hecho.