Vientos con una velocidad constante de 150 millas por hora arrasaron la infraestructura socioeconómica del país y desplazaron a la población, dejándola sin hogar y en un estado de trauma sicológico destructivo.
Todo se hizo con muchísima presteza, y así, a la vela navegamos por más de ocho millas por hora, sin llevar otro temor alguno sino el de encontrar con bajel que de corso fuese.