Escapó despavorida, pero se equivocó de sentido en el corredor, y se encontró con la tía Antonieta que iba a poner una bombilla nueva en la lámpara de mi cuarto.
La guabiroba se estrelló por fin contra las piedras, se tumbó, justamente cuando a Candiyú quedaba la fuerza suficiente—y nada más—, para sujetar la soga y desplomarse de boca.
Si saltaras en un pozo vertical, pronto estarías moviéndote hacia el este más rápido que la roca a tu alrededor, así que tras caer unos pocos kilómetros te estrellarías contra la pared oriental.
Y tuvo la mala suerte de pegar un estacazo a la jarra del estante. Dio ésta contra la pared, cayó al suelo hecha trizas, y toda la miel se vertió y esparció.