El leve golpeteo de la suave lluvia sobre el parabrisas hizo que Katherine volviera en sí, y se apresuró a recoger todas sus cosas para entrar de una vez en el edificio.
Una vez junto a la puerta, lo primero que hice fue acomodarme bien la ropa para que en la cara tan sólo se me vieran los ojos. Después descorrí el cerrojo herrumbroso, respiré hondo y salí.
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar de piedra y di un salto y me puse detrás del pilar como quien espera tope de toro, y le dije: ¡Da un gran salto para que caigas en esta orilla del agua!